EL BAÑO Y LA HUIDA
El útero de hierro y porcelana se inunda de agua caliente en la que flotará
la espuma olorosa de jabones franceses. Mi cuerpo se sumerge maltrecho de tanto
roce con la vida y lo humano en el acogedor y blanco receptáculo placentario.
El calor del vapor llama a Morfeo y mis músculos tensos por el ansia de moverme
en el mundo se ablandan, se abandonan... huyen con mi mente a olvidadas
cavernas de una madre difusa.
Cierro mis ojos... Se hunde mi cabeza y todo
mi ser se reduce a pensamiento y oídos. A través del agua perfumada que, casi
se diría caldo primigenio, llegan los sonidos como ecos: Lejanos, perdidos,
extraños... Incomprensibles y ni falta me hace comprenderlos... Así el ruido
del entorno que me es hostil se transforma en música tocada por fantasmas
inocuos.
Las voces, los motores, la bulla humana que me
es insufrible, se diluye en el agua caliente junto al jabón.
Me quedaría aquí hasta mi muerte, sumergido en
el recuerdo físico de una gestación que mi mente ahora ha de inventarse. Me
moriría aquí, caldeado y sereno, desangrando mis venas en el agua del que huye
de este mundo poco aceptable. Se extinguiría mi mirada con la contemplación de
la tinta roja que escribe mi vida en infames papeles cuadriculados,
extendiéndose en hilos sinuosos por el agua jabonosa. Pero no... No me
desangro... Solo imagino esa placentera caída al fondo de la nada. Porque no
soy ni tan valiente ni tan cobarde; solo un hombre asustado e inconformista que
se refugia en fantasías mentales.
Abro los ojos bajo el agua. Me siento tan
seguro en este instante que podría derribarse la casa y no me importaría lo más
mínimo. Mirar a través del agua siempre me pareció mágico: el techo enmohecido,
la vieja toalla colgada sobre la barra, la cortina de soles y lunas descorrida
a un lado, el triste ventanuco barnizado que deja entrar parcamente la luz gris
de este día lluvioso... Todo ello lo veo con ojos de pez. Distorsionado e
irreal, como imagino debería ser el mundo de Alicia al otro lado del espejo.
Se cierran mis parpados abocándome al sueño
del abandono y el útero de hierro esmaltado, se va convirtiendo en reino de Poseidón y
lupanar de sirenas. Y moriría, como decía, en el embeleso ensoñado de un sexo
de escamas de plata bajo las aguas imaginarias...
Dicen que nacer es un acto asfixiante y
doloroso: sientes el frío de la vida a la que te arroja tu madre. Y así es el
frío de esta agua que me despierta porque el tiempo inexorable la ha tornado
ingrata.
No puedo respirar y el escalofrío afila mi
piel haciéndola punzante.
Dicen que nacer es un acto doloroso... Y vaya
si lo es... Vaya si lo es…