lunes, 25 de julio de 2016

PLACERES SENCILLOS I



EL BAÑO Y LA HUIDA




El útero de hierro y porcelana se inunda de agua caliente en la que flotará la espuma olorosa de jabones franceses. Mi cuerpo se sumerge maltrecho de tanto roce con la vida y lo humano en el acogedor y blanco receptáculo placentario. El calor del vapor llama a Morfeo y mis músculos tensos por el ansia de moverme en el mundo se ablandan, se abandonan... huyen con mi mente a olvidadas cavernas de una madre difusa.

Cierro mis ojos... Se hunde mi cabeza y todo mi ser se reduce a pensamiento y oídos. A través del agua perfumada que, casi se diría caldo primigenio, llegan los sonidos como ecos: Lejanos, perdidos, extraños... Incomprensibles y ni falta me hace comprenderlos... Así el ruido del entorno que me es hostil se transforma en música tocada por fantasmas inocuos.

Las voces, los motores, la bulla humana que me es insufrible, se diluye en el agua caliente junto al jabón.

Me quedaría aquí hasta mi muerte, sumergido en el recuerdo físico de una gestación que mi mente ahora ha de inventarse. Me moriría aquí, caldeado y sereno, desangrando mis venas en el agua del que huye de este mundo poco aceptable. Se extinguiría mi mirada con la contemplación de la tinta roja que escribe mi vida en infames papeles cuadriculados, extendiéndose en hilos sinuosos por el agua jabonosa. Pero no... No me desangro... Solo imagino esa placentera caída al fondo de la nada. Porque no soy ni tan valiente ni tan cobarde; solo un hombre asustado e inconformista que se refugia en fantasías mentales.

Abro los ojos bajo el agua. Me siento tan seguro en este instante que podría derribarse la casa y no me importaría lo más mínimo. Mirar a través del agua siempre me pareció mágico: el techo enmohecido, la vieja toalla colgada sobre la barra, la cortina de soles y lunas descorrida a un lado, el triste ventanuco barnizado que deja entrar parcamente la luz gris de este día lluvioso... Todo ello lo veo con ojos de pez. Distorsionado e irreal, como imagino debería ser el mundo de Alicia al otro lado del espejo.

Se cierran mis parpados abocándome al sueño del abandono y el útero de hierro esmaltado, se va convirtiendo en reino de Poseidón y lupanar de sirenas. Y moriría, como decía, en el embeleso ensoñado de un sexo de escamas de plata bajo las aguas imaginarias...

Dicen que nacer es un acto asfixiante y doloroso: sientes el frío de la vida a la que te arroja tu madre. Y así es el frío de esta agua que me despierta porque el tiempo inexorable la ha tornado ingrata.
No puedo respirar y el escalofrío afila mi piel haciéndola punzante.

Dicen que nacer es un acto doloroso... Y vaya si lo es... Vaya si lo es…