Se sabía rendido, sin arraigo…
No podía evitar un sentimiento
ficticio,
un sabor artificial, un vinculo falso.
Se sabía prisionero, sin voluntad…
El plano discurrir de los días
era una agonía contradictoria,
pues el tiempo pasaba veloz y tardo,
y la elección de desvíos, de
alternativas,
se había convertido en tarea confusa,
un caminar por túneles sin salida.
Se sabía vacío, sin alma…
Manifestar rasgos de alegría
era actuar en una función repetida,
ser un comediante mediocre y manido
al que ya no estremece el teatro
ni la hipócrita función de estar vivo.
Se sabía absurdo, incomprendido…
poseedor de miles de ideas
incongruentes
sin aplicación práctica, ni calidad
admirable.
Un artista gandul, especializado en el
desatino;
profesional de lo inoportuno o lo
inútil.
Un aprendiz voraz pero turbado,
interesado en miles de ciencias sin
destino.
Un maestro de nada sin colegas ni
discípulos.
Se sabía enfermo, trastornado…
lo gritaba su cuerpo mudo en cada
movimiento;
lo evidenciaba la sangre retenida
formando tarquín en sus miembros
dormidos.
Se sabía viejo y cansado…
Una rama seca abandonada por la savia.
Una visión borrosa y carente de
colores.
Un pensamiento recurrente de muerte,
una falta de fuerza, una desconfianza en
la suerte.
Se sabía a veces muerto…
Era un asalto repentino y sin motivo.
Una bajada a los infiernos inmóviles,
el abismo de la nada, el hielo, lo
impasible.
Sin embargo, nunca sabía el pretexto:
el por qué de su aferrarse a la
existencia;
el por qué de inventar letanías para
sí mismo.
Sabía de sus propias estafas,
sabía de sus cuentos chinos.
Sabía que engañarse no le curaba.
Sabía, que al menos le mantenía vivo.
Sabía… que no entendía nada.