Como siempre, las horas, minutos y segundos
pasan…
Conforman días, meses y años,
y la vida se entrelaza entre ellos,
como una madeja se entrelaza en nuestras
manos.
By Paloma X
Hoy tengo el día reflexivo, y por regla general esa reflexión suele
venir acompañada de soledad y sentimiento de destierro. Es un día de abandono,
de caos como a veces digo…
He querido empezar el texto con las palabras de una amiga, una amiga
sin rostro real, que acompaña muchas de mis noches de insomnio y que, a pesar
de saber que no nos conoceremos nunca, he establecido un vinculo de cariño con
ella.
Hoy me debato en preguntas internas. Llevo siempre una lucha dentro de
mí, y hoy le tocaba a mi cilicio recibir
hostias; preguntarle por qué tiene que estar ahí, haciéndome la vida un
suplicio. Muchas veces surge la cuestión de qué me pasa; qué hay de insano en
mi mente que no me deja respirar hondo, que no deja relajarse mi espalda o mi
cuello, que no me deja sacar el jugo que debiera a la vida y me tiene siempre
tenso. Ese fantasma incordiante está ahí casi siempre. Con los años se ha
normalizado pero se ha vuelto una constante que me sigue como mi propia sombra allá
donde vaya, o haga lo que haga. En mis reflexiones de hoy caigo en la cuenta
que llegar a adulto no ha sido un premio dulce. Hay quien suelta metáforas con
aquello de que la madurez es como un buen vino, pero yo digo que, aunque los
años te traigan experiencia y una cierta visión sosegada, por regla general te avinagran.
Y uno se llena de nostalgia, de proyectos inacabados y de miedos. Así lo he
visto hoy… He caído en la cuenta de que todo lo que he de priorizar en mi vida
es precisamente lo que detesto: el trabajo asalariado e insatisfactorio, el
roce con gente que no me gusta y a la que tengo que obedecer o con la que tengo
que realizar una suerte de teatro sociable e impostado; el tener que dedicar
horas de mi tiempo a arreglar papeles de trámites burocráticos; el tener que
salir de mi casa cuando no me apetece y a veces, quedarme en ella cuando no me
apetece tampoco; el tener que hacer la vista gorda a la irrespetuosidad de la
gente y al mismo tiempo cumplir yo la ley, y ser bueno… ; el tener que llevar
al día las tareas de mi casa incluso los días que me siento como un animal
herido; el tener que ahogar el grito de angustia cuando la boca se contrae
queriendo abrirse; el tener que sujetar los sentimientos o la espontaneidad en
bien de las buenas maneras, esas que la mayoría califica como correctas; y el
tener que cumplir religiosamente mis obligaciones de progenitor aunque, casi
siempre, los beneficiarios, ni lo valoren, ni lo agradezcan. Pero eso no es lo
peor… lo peor es lo otro… la jodida sensación que no consigo quitarme de encima
de que el tiempo se acaba y lo desperdicio, y que cada vez que me pongo a hacer
lo que me gusta, el fiscal de mi conciencia me señala todas las obligaciones por
hacer, y me dice bajito e insidioso al oído de mi mente: deja de hacer el vago
y ponte a hacer lo que hacen los adultos, ya no eres un adolescente… tu tiempo
de crear a pasado y debes pagar tu cuota, a la sociedad en la que vives…
Y ahí está la pregunta, no sé si soy yo solo el que la ve… El cilicio
solo me responde con contracturas; o
sentando su culo gordo en mi pecho y afianzando mi garganta a la ansiedad y la desesperanza.