sábado, 9 de mayo de 2020

REFLEXIONES Y EXTRAVÍOS



Como siempre, las horas, minutos y segundos pasan…
Conforman días, meses y años,
y la vida se entrelaza entre ellos,
como una madeja se entrelaza en nuestras manos.

By Paloma X

Hoy tengo el día reflexivo, y por regla general esa reflexión suele venir acompañada de soledad y sentimiento de destierro. Es un día de abandono, de caos como a veces digo…
He querido empezar el texto con las palabras de una amiga, una amiga sin rostro real, que acompaña muchas de mis noches de insomnio y que, a pesar de saber que no nos conoceremos nunca, he establecido un vinculo de cariño con ella.

Hoy me debato en preguntas internas. Llevo siempre una lucha dentro de mí, y hoy le tocaba  a mi cilicio recibir hostias; preguntarle por qué tiene que estar ahí, haciéndome la vida un suplicio. Muchas veces surge la cuestión de qué me pasa; qué hay de insano en mi mente que no me deja respirar hondo, que no deja relajarse mi espalda o mi cuello, que no me deja sacar el jugo que debiera a la vida y me tiene siempre tenso. Ese fantasma incordiante está ahí casi siempre. Con los años se ha normalizado pero se ha vuelto una constante que me sigue como mi propia sombra allá donde vaya, o haga lo que haga. En mis reflexiones de hoy caigo en la cuenta que llegar a adulto no ha sido un premio dulce. Hay quien suelta metáforas con aquello de que la madurez es como un buen vino, pero yo digo que, aunque los años te traigan experiencia y una cierta visión sosegada, por regla general te avinagran. Y uno se llena de nostalgia, de proyectos inacabados y de miedos. Así lo he visto hoy… He caído en la cuenta de que todo lo que he de priorizar en mi vida es precisamente lo que detesto: el trabajo asalariado e insatisfactorio, el roce con gente que no me gusta y a la que tengo que obedecer o con la que tengo que realizar una suerte de teatro sociable e impostado; el tener que dedicar horas de mi tiempo a arreglar papeles de trámites burocráticos; el tener que salir de mi casa cuando no me apetece y a veces, quedarme en ella cuando no me apetece tampoco; el tener que hacer la vista gorda a la irrespetuosidad de la gente y al mismo tiempo cumplir yo la ley, y ser bueno… ; el tener que llevar al día las tareas de mi casa incluso los días que me siento como un animal herido; el tener que ahogar el grito de angustia cuando la boca se contrae queriendo abrirse; el tener que sujetar los sentimientos o la espontaneidad en bien de las buenas maneras, esas que la mayoría califica como correctas; y el tener que cumplir religiosamente mis obligaciones de progenitor aunque, casi siempre, los beneficiarios, ni lo valoren, ni lo agradezcan. Pero eso no es lo peor… lo peor es lo otro… la jodida sensación que no consigo quitarme de encima de que el tiempo se acaba y lo desperdicio, y que cada vez que me pongo a hacer lo que me gusta, el fiscal de mi conciencia me señala todas las obligaciones por hacer, y me dice bajito e insidioso al oído de mi mente: deja de hacer el vago y ponte a hacer lo que hacen los adultos, ya no eres un adolescente… tu tiempo de crear a pasado y debes pagar tu cuota, a la sociedad en la que vives…

Y ahí está la pregunta, no sé si soy yo solo el que la ve… El cilicio solo me responde  con contracturas; o sentando su culo gordo en mi pecho y afianzando mi garganta a la ansiedad y la desesperanza. 

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