Te hayas en ese punto de la
existencia donde no se sabe la dirección
a tomar. Los pasos se han borrado y ya no cabe regreso, y delante de tus ojos,
no hay carteles que indiquen hacia donde hay que andar. Portas cargada a la
espalda una mochila llena de piedras, lastre condenado al olvido, pero que de
tan duro, se resiste a descomponerse… y pesa, dolorosamente; y lastra, y hunde…
Dolorosamente…
A veces el dolor que frecuenta el
cuerpo es lo único que avisa de que aun tiene vida; es el rey de los momentos
sucumbidos, cuando ha desaparecido toda risa, esos en que ni siquiera la
lagrima aparece, ni el brillo en las pupilas. Espacios negros de manos lacias y
cabezas descolgadas hacia el pecho.
Nadie que porte la llama de la
dicha puede entender esto… solo los vacíos de empuje y alma indolente, esos que
se han perdido y su existencia se apolilla. Esos carentes de objetivo y que arrastran
sus pies sobre la rutina.
Si, solo el dolor y el miedo te sacan sentimientos. La
inestabilidad de hacer funambulismo sobre un filo cortante. Las inoportunidades
ajenas que incomodan la calma del abismo
haciendo enfrentarse al cobarde con la lucha; pues el que anda sin gana y ha
perdido horizontes sabe bien del cobijo del hastío; y acaba sintiendo una
extraña complacencia en el estancamiento. Se siente como un feto no nato,
pudriéndose seguro en el vientre de una desconocida madre a la que ni siquiera
debe cariño… y eso, no deber nada, es
algo muy seductor, aunque una utopía, porque siempre hay un debito que si no se
paga, nos embarga la conciencia.
En ese punto te hayas, en ese
puto punto…
Eres una verruga braille, única y
perdida en un pergamino demasiado grande, que ya no leerán ningunos dedos delicados;
los ciegos de corazón egoísta, no quieren palpar la melancolía y avanzan a
tientas por un mundo prefabricado de sombras de plástico y fusibles, de
mensajes vacuos y abrazos farisaicos; equivocados y mas invidentes que nunca. Y
tú, verruga, habitas la cara oscura de la luna, y allí ni ciegos ni videntes
ven más allá de sus narices… Y tú, verruga, no eres más que una protuberancia
fea e invisible, algo fuera de lugar.
Estas en el punto cero, en la
encrucijada del limbo. Pero lo malo no
es andar perdido, sino que el andar ya no te importe… porque esa es la ley del
buen caminante: conservar el gusto por el paseo… Si tienes eso en la mente da
igual el camino, el destino o el horizonte: lo tienes todo. Es el tesoro que
lamento haber perdido… al menos, cuando
el insensible parasito de mi cerebro me
deja lamentarlo…