martes, 1 de octubre de 2019

LIMBO


El lugar que nadie, salvo los perdidos, comprende…

Abres los ojos… No sabes qué hora es ni te importa, ¿para qué?... el  tiempo no significa mucho cuando no se tienen expectativas… ni ganas de vivirlo… La habitación está a oscuras, así está bien; es porque la ventana que da a la calle la cierras para que no entre el mundo, ni su luz. Tus ojos abiertos, ven destellitos eléctricos que bailotean al son de tu cerebro alienado, contrastan tenuemente contra la negrura. Te duele la espalda, sobre todo esa zona que, algún anatomista, bautizó como trapecio tal vez pensando en el circo… ¡Puto idiota! No tiene puta gracia, porque tu trapecio y el cuello parecen de cemento… No hay allí atletas volando grácilmente, si no marmóreas estatuas. Pegaría más el nombre de zona “rígido-estoidea” o algo que suene a músculos jodidos. También sisean tus oídos; no estás seguro de si por su defecto, por la mierda de “drepre”, o por el podcast de novela macabra que pusiste  y duró varias horas. Escuchar voces monótonas con auriculares, te distrae un poco la mente y te prepara hasta que hacen efecto los tranquilizantes. Te estás meando, el mejor despertador del mundo cuando eres adulto. ¡Mierda!... tener que ir al váter te sacará de la cama y no mola, estar tumbado y oliendo a rancio te hace sentir seguro; lejos de todo. Por un momento barajas la posibilidad de sentir la calidez de los orines y seguir acostado, pero un resto de moral humana te hace incorporarte y sentarte en la orilla de la cama. Te quedas parado en la frontera del lecho, los pies tocando el frío gres que no barres hace tiempo, que acumula zapatos y calcetines sucios. Estás en off… No sabes si seguir por inercia el intento de levantarte o volver a acostarte. Tu cabeza no piensa; o sí… está concentrada en esa sensación extraña y perpetua que la acompaña incluso cuando mejoras. Es como si tu cerebro fuera un órgano ajeno metido en un cuerpo que detestas. Sientes el hormigueo, como si cada pelo de tu cabeza tirara intentando caerse. Y el eco de una idea machacona sale de las tinieblas de tu conciencia y te dice: ¿a dónde leches quieres ir?... No hay nada para ti… Al final la vejiga gana la partida, y tambaleante, vas palpando paredes y muebles hasta la puerta del cuarto, la abres, y la luz tenue del resto de la casa te pega una hostia. El baño queda retirado, así que ir a él es como un  pequeño viaje de borracho. De camino, desayunas un antidepresivo y un vaso de agua del grifo, que sabe a cieno. La mesa del comedor parece una farmacia sin farmacéutico que la ordene. Y el baño es la jungla, su pavimento colecciona pelos, la bañera es como una obra de Miró, y el inodoro solo guarda el tipo porque tienes la manía de bajar su tapa, quizás porque  te da fobia que pueda salir algo de dentro.  Abres la taza y le regalas tu urgencia. Mear siempre es un alivio… uno de los pocos que te quedan. Mirándote la polla arrugada eres consciente de que sus días de gozo han terminado; la medicación y tu estado no la dejan ponerse del todo firme y cuando alguna vez de euforia enajenada lo hace, la anorgasmia te frustra la fiesta y tu mano y hombro terminan dejándolo por imposible.

Qué extraño es todo. Cuando has perdido el sentido de las cosas hasta un abrazo te parece soso. La risa, te sale hiposa y amarga; como si se riera otro. Sientes que necesitas llorar, o más que sentirlo lo piensas, quizás porque sabes que el llanto afloja la pena, y tú necesitas aflojar. Pero es que ¿es pena esto que sientes? ¿Es sentir en realidad esto?... o solo eres consciente de una presión constante en tu pecho, una niebla y un rumor en tu cabeza, y la nada… Los sentimientos son como si salieran de un guion pre-escrito: allí están los diálogos y pensamientos que debes tener para con los demás sean cercanos o no. Pero es que encima eres un actor mediocre, siempre lo has sido; incluso cuando experimentabas  aquella dicha que ahora es solo un recuerdo difuso. En aquellos años creías en la buena voluntad de los otros y el termino hipocresía era algo abstracto, que te sonaba a filosófico por derivarse o parecerse al tipo ese de Grecia que decía elaboradas frases. Aquel  tiempo era intenso, estabas descubriendo el mundo, la amistad, el amor, el sexo... la independencia. Lastima llegar a correr tanto la cortina que has visto todas las verdades, tan ambiguas, tan enrevesadas, tan complejas,  tan sucias a veces… tan dolorosas. No has sido lo suficientemente fuerte para absorberlas, para asumirlas. Tampoco sabes auto engañarte, decirte que  todo es bonito, luminoso, bueno… No lo es, la vida jode… y las personas son ruines, extrañas, cambiantes… Como tú mismo.

Cae la última gota de orín al lago de porcelana; se pierde allí en el agua teñida de amarillo oscuro donde no nadan peces, sino miseria y bacterias humanas. Tiras de la cadena y bajas la tapa, como único ritual higiénico que conservas. Desfilas arrastrando los pies por una casa llena de ropa tirada, libros amontonados y papeles. En el recibidor hay varias bolsas negras esperando destino, algunas ya chorrean y huelen. Miras cabizbajo el paisaje de tu hogar y sabes que hay dos opciones: tira todo esto a la mierda y empieza de cero… Sin embargo optas por la segunda, y te vuelves al cuarto oscuro y al lecho; a sus acogedoras sábanas sucias que huelen a ruina, donde la poca vida que existe es la penumbra  y el sueño. Tal vez dentro de un rato, el hambre te haga levantar de nuevo… o tal vez no… 


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