lunes, 14 de octubre de 2019

TECNO CAGE


Una vez viví sin móvil. Sí, aunque parezca mentira o imposible, hace años vivíamos sin móvil... Y sin internet, ni redes sociales, sin la necesidad constante de opinar y hacernos ver. Sin elevar nuestro ego haciendo valer nuestro punto de vista. O recibiendo información, la mayoría de veces, ni contrastada,  ni exhaustiva. Información velada, de poca o ninguna calidad, manipulada, engañosa... Hace años no necesitábamos ser el centro de nada, sino ser uno más. No necesitábamos miles de amigos de todo el mundo que nunca abrazaremos en persona. Solo unos cuantos amigos de correrías. Una novia o un novio que nos quisiese y tal vez, un proyecto de futuro sin demasiadas pretensiones. Eso era todo... Y sí, vivíamos sin móvil.

Sabíamos donde vivía cada uno de nuestros amigos, solo había que ir a su casa, llamar al timbre y desde abajo gritar: ¿te vienes?... A jugar, a dar una vuelta, al bar, al pub, a comer pipas a la vía, a hacer manitas en un portal, o en un lugar apartado dentro del coche de segunda mano, al cine... También teníamos lugares habituales, locales donde a determinada hora del día, posiblemente tras el trabajo o los estudios, ibas y tus amigos estaban. U otras veces, de un fin de semana para otro, ya habías quedado. Aquello eran micro-reencuentros; un tiempo de separación de corto plazo que sentías finito y te preparaba para volver al cariño de tu gente, que te daba ganas de hacerlo. Era una alegría especial  lo que sentías al volver y siempre había cosas que contar, manos que estrechar y abrazos que darse. Y todo sin móvil. Había mucho más margen para la sorpresa. Uno pasaba el día sin la inquietud de estar escuchando, viendo o leyendo que hacen los otros... Ya nos lo contarían cuando nos viesen. Y si ocurría algo grave, ya llamaban desde una cabina, o venía alguien corriendo a avisarte.

A muchos les parecerá que nuestra era de la comunicación es un avance. A mí me parece un exceso; porque así son las personas, seres excesivos. Tenemos la tendencia a convertir lo placentero o útil en vicio. En extremo. A veces en enfermedad. 

Yo no sé si era más feliz sin tanto avance; cuando mi memoria evoca escenas, creo que sí; pero sí puedo asegurar que ahora no lo soy, y mucha de mi inquietud y mi soledad se deriva del uso constante y la atención pendiente de mis dispositivos, que se han convertido en un paliativo a mi incomunicación y como consecuencia, a incrementar mi aislamiento.

Ya he dicho muchas veces que quiero dejar de ser un fantasma más de la red, que quiero volver a ser una persona que toca y siente. Que mira a los ojos. Lo malo es que no me está resultando nada fácil, porque cuando en alguna epifanía lo intento y me acerco a la gente, me encuentro decepcionado, o soy yo el que decepciona.

Reconozco haber perdido habilidades sociales; cuando más te aíslas, menos sabes moverte entre la gente. Pierdes facultades para entablar conversaciones. Como en cualquier deporte que abandonas, te atrofias. Los lugares a los que ibas antaño, han cambiado o ya no existen, y en los nuevos, te sientes fuera de lugar, como si fueras de Marte. Incluso la gente parece que habla de modo distinto. Así que te das cuenta de lo limitado que estás, que ya no sabes salir a ningún sitio a divertirte. Ni siquiera ir a un restaurante a comer.

Así que miras tu móvil, todos esas caricaturitas que tienes en los contactos; teléfonos que te da la gente de pasada, por costumbre o compromiso, para luego no llamarte nunca. Aunque a veces eres tú el que no llamas… Entonces te cuestionas lo absurdo de esto. Te preguntas por qué guardas ahí toda esa gente. Muchos ni siquiera los necesitas. Claro, ellos tampoco a ti... Darías en ese momento tu reino por un solo y único contacto que te mandara un WhatsApp, sin emoticonos ni mierdas de esas banales; un mensaje simple, directo. Un único mensaje diciendo: …amigo mío, si estás en calzoncillos vístete, que voy ahora mismo hacia tu casa, a hacerte compañía, o a sacarte para tomar una cerveza... Ahí tendrías entonces el reto de hacer caso a tus deseos e ir con él o ella, y no rajarte.

Ya sabes...

No hay comentarios:

Publicar un comentario