viernes, 31 de julio de 2020

La patética sombra del homicida v0.1

PROFESIONAL

Recordando un viejo relato de humor escatologico

 

Era un profesional; no de los caros, pero era eficiente; conocía bien el oficio. Le había resultado fácil entrar en el sarao de aquellos ricachos con unas credenciales falsas. Al pringado del camarero autentico que mandaba la ETT, para refuerzo del evento, lo había despachado fácilmente. Para hacer el encargo no necesitaba armas, se bastaba con sus manos, grandes, nudosas; unas tenazas implacables, fuertes y precisas. Era todo un logro ser un artista del estrangulamiento, en trabajos como aquel se evitaba problemas con los escáneres de seguridad. Al tipo que iba a aliviar lo había estudiado al dedillo: se cuidaba, tomaba fibra y su intestino funcionaba como un reloj, por lo que enseguida tuvo claro que su mejor opción para liquidarlo, era meterse en la fiesta y esperarlo en el wáter, unos treinta minutos,  antes de su cagada de las nueve y media. Estaba apostado en uno de los retretes al fondo a la derecha y fumaba un pitillo rubio con delectación. Miró la hora: veinte minutos todavía. Notó un pequeño retortijón de tripas, por lo que decidió ponerse a plantar un pino; le daba tiempo. Eran gajes del oficio de sicario: horarios de comida desajustados, comiendo bazofia de hoteles y pensiones. Luego estaba el estrés que producía su trabajo; así era que, o estaba estreñido varios días, o, como en aquel momento, se le descomponía el cuerpo. Se acordó de la vez en que, rompiéndole el cuello a un tío gordo, del esfuerzo se le escapo un sonoro pedo que olía a diablos. Había comido alubias picantes. Se empezó a partir el culo, no sabía si el tío aquel se murió de la presión de sus dedos en la glotis o del olor a mierda podrida.

Quince minutos. Sacó un bolígrafo del bolsillo y un sudoku tamaño mini que siempre llevaba para matar el rato y ejercitar la concentración. Apretó el ojete y se oyó un submarino caer al agua, “…ocho,…ocho, si aquí va un ocho”, una pedorreta, “…siete,…siete,…te cacé, aquí va un siete”. Sonó de pronto la puerta del servicio y unos pasos… “¡Mierda!”. Entreabrió sigilosamente unos milímetros la puerta del retrete y vio a su víctima mirándose en el espejo y acicalándose. “¡Joder!, este tío se ha adelantado diez minutos”, pedorreta. — ¡Salud amigo!—, oyó decir al otro lado de la puerta. Maldijo mentalmente en arameo y sin limpiarse el culo, se subió los pantalones a toda prisa. Con la precipitación se le cayó el bolígrafo y el sudoku al suelo, yendo a parar justo encima de unas gotas de orina amarillenta, — ¡…mecagüen todo!— Se puso los guantes de turno y avanzó con decisión pero de forma disimulada, para no espantar la presa. Se situó  al lado del tipo y se sorprendió al darse cuenta de que se estaba haciendo una raya de “farlopa”, — ¿…quiere un poco?— le dijo, — es buena—. “¡Vaya con el de la fibra!”, pensó, “…no es tan sano el cabrón”. — Sabe, ahora que me he “puesto”, voy yo a hacer un buen chocolate igual que usted; estas cenas de compromiso me ponen la tripa revolucionada—. — ¡Ajá! —, dijo; y esperó a que el tipo enfilara a una de las cabinas de “aflojar”. Miró si se movía la puerta principal del servicio y se deslizó detrás del tío. Antes de que este pudiera reaccionar, le había tapado la boca con la izquierda y ya lo atenazaba con la derecha, mientras con la pelvis lo empujaba hacia el retrete de manera cómica, como si le estuviese dando por el culo. El tío hacia esfuerzos por gritar y se empezó a poner morado. Se dio cuenta, de que con el estertor, se le habían aflojado los intestinos y el aire se inundo de un tufo a caca no precisamente de vaca. Apretó más fuerte para aligerar al “pavo” y consiguió también que se meara. Sintió entonces la nuez como se le rompía, y al individuo se le aflojaron las piernas, aguantándose en pie solo porque él lo sostenía del gaznate. Lo sentó en la taza, le echo la cabeza para atrás quitándole algunos pelos del rostro; parecía un lirio de lo morado que estaba. Sacó una pequeña cámara digital del bolsillo y le hizo una foto para mandársela al cliente por email. El muy retorcido quería una imagen del momento. Miró la pequeña pantalla para ver la foto: allí estaba, en pequeñito, el tipejo sentado en la taza con la cabeza hacia atrás y la jeta morada como si apretara para “jiñar”, “…espera”, “…le haré otra foto con el rollo de papel en la boca”, “¡já!”,  “…uno tiene derecho a tener un poco de humor en esta mierda de trabajo, ¿no?”.

Cogió el “boli” y el sudoku para no dejar nada en la escena del crimen. — ¡Mierda!, el cuadernillo de sudoku esta húmedo ¡qué asco! Se oyó otra vez la puerta de fuera y tronó una voz: — ¡Martínez! , ¿…qué pasa coño? ¿Terminas o qué? …te quiero presentar a Luis Fajo Depasta, a ver si cerramos negocio con él… —. “¡Joder!, ¿qué hago?”, pensó. Apretó el culo y soltó un ruidoso pedo. — Vale Martínez, caga tranquilo, pero no te demores y ven, te esperamos…

Con la fuerza para tirarse el cuesco, se le escapo también un poco de “mondongo”. Se cagó… ya puesto, también lo hizo en todos los muertos del capullo que había entrado. Cerró el pestillo de la cabina y trepó para salir por arriba, abandonando al fiambre en posición presenten armas. Al estirar la pierna para encaramarse al tablero separador, se le rompió el pantalón por la costura del culo, y tras el ¡ras!, siguió un ¡…prrrep!, en una suerte de percusión escatológica. — ¡Cojones, joder, hostia!, ¡pero que mierda de trabajo está resultando este! —

Salió de los servicios moviéndose teatralmente, con el trasero apalancado contra la pared, para que la gente no reparara en el roto y vieran encima el marrón. En su puta vida de matarife se había puesto tan rojo… Y no era de vergüenza ¿eh?, que era de ira.

Cuando por fin llegó a la puerta que llevaba a la calle, se encontró con un gorila trajeado que guardaba la salida, — ¿…ya te vas? — le preguntó… Hinchando los carrillos y rojo como un pimiento le dijo: — ¡…sah! …ya me voy; ha acabado mi turno, ya no hace falta tanto personal—, —…vale tío… que te vaya bien… y córtate un poco macho, que se te ha escapado un petardo con “zurraspa” y te debes haber cagado, ¡gorrino!, ¡…anda pírate!

Salió por fin al alivio de la rúe, poniéndose la mano derecha como parapeto para taparse el culo, y se fue como un diablo a buscar el “buga”. Se arrellanó soplando en el asiento del coche,  y le dio por pensar en que dirían sus iguales del gremio si se enterasen del circo. “¡Maldita sea! …me tengo que retirar, me estoy haciendo mayor y ya no estoy para esto”, pensó. Arrancó el auto y salió quemando ruedas.

Un olor a mierda se mezcló con el de  goma quemada inundando el ambiente.

 

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