Buscar,
siempre buscar…
acariciar
febriles la idea de un amor perdurable,
de un
sentimiento tan puro como una nueva savia
en la que
aun no hayan conceptos gastados,
intenciones
pútridas derivadas del vicio o la experiencia,
sabiendo o
sin saber, que amores perdurables,
habrán
muchos o ninguno.
Decae el
espíritu mil veces, diez mil…
incluso a
veces la flaqueza tontea con la muerte
tornándose
el seguir adelante una actitud vacía,
carente de
interés ante las maravillas posibles…
Pero hay que
Buscar, siempre buscar…
hasta agotar
el tiempo concedido,
hasta reventar
el pecho de tanto latir por el dolor o la dicha
y descubrir,
que no es el hallazgo en sí lo que
revive,
pues el
hallazgo a veces llega preñado de decepciones.
Es la
búsqueda misma lo que convulsiona, lo que estremece,
lo que
trastorna nuestra sangre llenándola de fuego
y ennegrece
de paranoia nuestra mente.
Es el riesgo
de la búsqueda la frontera invisible
que separa
la felicidad de la demencia,
el que nos
entrega la noción de que existimos.
Buscar; hay
que buscar…
pese a que
no haya nada valioso en ningún sitio;
y entender
que es la búsqueda la vida misma,
y que sin
búsqueda ni motivo, solo estamos muertos;
pues no está
vivo aquel que nada busca…