(Para M.)
Tu risa es
como nieve en mi desierto:
blanca,
fresca, inesperada…
Lástima que
sea fugaz, insuficiente.
En la triste
sequedad de mi paramo herido
se derrite
el tintineo de tus carcajadas,
pero no sin
antes humedecer de dicha
todo lo que
me va quemando el día;
todo lo que
odio de la gente;
todo lo que
casi siempre, no soporto de mi mismo.
Mi desierto
se transmuta a veces en infierno;
gruta de
castigo para un solo pecador condenado
que, de
repente, hace caso omiso del calor de las llamas,
cuando llega
el frescor que repara lo abrasado.
Porque al
menos, aunque a ráfagas cortas,
nieva todos
los días gracias a ti,
y mi
desierto se llena de charcos cristalinos
que sacian
la sed de lo vacío…
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