¿Cómo abandonar la caverna,
cuando nada
de lo que te espera fuera,
es
deseable?
Acabados
los misterios
que en la
adolescencia
mojaban sábanas
e influían sueños,
degustas
el poso del recuerdo,
descubriendo
que no sabe a nada.
Hay
constancia de que un castillo en el aire
es arquitectónicamente
imposible…
He muerto
varias veces en mis edades.
Y esto que
queda en pie
no es más que
una sombra.
¿Cómo desear
la luz, el aire,
las estrellas…
sabiéndose
envuelto en ello
siempre
solo?
No hay
nadie que yo quiera
que me
necesite.
Y los que
me necesitan
soy yo quien
no les quiere.
Esos que
me demandan
no tendrían
ni un plato en mi mesa.
Son solo forzosas
circunstancias…
La
argamasa que cohesiona
unas teatrales
alianzas.
¿Cómo volver
cada día a esa batalla,
donde sabes
de antemano
que la guerra
está perdida?
Tú, que
tanto te anhelo,
nunca me
abrirás tu puerta.
Me usas
como paño
para enjugar
tus miedos,
y luego,
desahogada te alejas.
Sin más…
como el pájaro
arisco,
que después
de picotear
el alpiste
de mi mano,
vuela a la
rama más alta,
donde sabe
que lo veo
pero nunca
lo alcanzo.
Es un
juego cruel
que nunca
sé por qué perpetúo,
sabedor de
que mi huida
es una
puerta que está abierta.
Quizás mi mal
sea regocijarme
placentero
en la pena…
Y si es
así, y no equivoco,
esa idea reptante
en mi cabeza…
¿Cómo abandonaré
la humedad estigia
que conforma
mi caverna?
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