jueves, 18 de junio de 2020

El gato de Schrödinger



Gracias a la caja tonta, y a una simpática serie de físicos neuróticos y sexualmente revolucionados, ya hasta el Tato conoce, al menos por encima, esa teoría del gato de la caja cerrada y el gas venenoso. A grosso modo, el tío Schrödinger, abierto a hacerse pajas mentales, nos explica con lo del gato que los electrones tienen la facultad  de estar en dos sitios distintos al mismo tiempo. Esto se denomina superposición de los estados, y es posible siempre que no se intervenga como observador, Es decir, en el caso del gato, el animal estará vivo y muerto siempre que no abramos la caja y miremos. De estas mismas fuentes se nutren también teorías como: el principio de incertidumbre o la teoría de la relatividad… Todo así como muy “parece pero no es…”

¿Y qué hace un gañán  dado a la metáfora, el escepticismo, y a la crítica negra como la pez, hablando de física? Pues oye, que me venía al pelo el gato este para largar una idea sobre la escritura poética.

Veréis, es muy claro y común que tanto poetas como poetisas, muy dados al desequilibrio emocional,  le hagan odas al amor, a sus musas y musos, al platonismo y sus metas inalcanzables, y como no, al sexo, que será solitario o no dependiendo de lo afortunado del poeta o la poetisa.

¿Aun no se ve el gato por aquí, verdad?

Ciñámonos al poeta; al de las musas inalcanzables y sexo onanista. Este personaje sensible, fantasioso, dado a veces a la paranoia y a creerse romances figurados es nuestro gato. Imaginémoslo ahí, en su caja solitaria, escribiendo sonetos de amor cristalino como diamante; arrancándose emociones de dentro y llorándolas en el papel escrito, o empapando el teclado con la sangre de sus venas, ya que andamos en tiempos informáticos y ICOS. Todo con mucho sentimiento, perdiendo a veces el sueño porque le inspira una ninfa de esas de miel que no está hecha para boca de asno, pero que el gato, en estado constante de celo, tiene en su catalogo de amores imposibles.

Sí, ahí está el pobre, dejando sus vísceras y su alma en sus poemas. Claro, como buen creativo, necesita, si no besos, una palmada en la chepa. Como esto no parece posible, por falta de habilidades sociales gatunas, se conforma con los comentarios y gratitudes de gente enmascarada bajo pseudónimos y avatares, o revestida con fotos sonrientes, y que empatizan con el sonido de su melancólica  flauta.

Siempre hay quien entra a leer sus llantinas.

Algunas de sus lectoras se ven allí, en sus letras, y ven al gato cariñoso, artista, destilando en sus versos pasión y verdades que se clavan como alfileres… ¿Cómo no sintonizar lo romántico, lo agridulce de ver la vida en musicales versos?... Así el gato poeta, imaginado por sus lectoras, de entre las cuales alguna también es musa, entra en dos estados al mismo tiempo… como los electrones; porque mientras escribe es un ser etéreo, idealizado, con una cara y un cuerpo vacios donde cada lectora puede poner el aspecto que le plazca, como a aquellos muñequitos de papel recortable que vestían las niñas hace tiempo. Es a la vez príncipe de cuento, aventurero, galán, seductor… y a la vez el otro… el que muestra una ajada carcasa a la realidad del mundo; alguien a quien posiblemente, ni lectoras, ni mucho menos musas, admirarían, ni sentirían por él  enamoramiento alguno…

No abramos la caja. Dejemos al gato vivo y muerto al mismo tiempo.



 


A la memoria de Skinny… una gata, que no gato, que se largó de mi vera dejándome una cortina desgarrada y el alma, Ahora, como el del experimento, ella está viva y muerta al mismo tiempo…


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