Gracias a la
caja tonta, y a una simpática serie de físicos neuróticos y sexualmente
revolucionados, ya hasta el Tato conoce, al menos por encima, esa teoría del
gato de la caja cerrada y el gas venenoso. A grosso modo, el tío Schrödinger, abierto a hacerse pajas
mentales, nos explica con lo del gato que los electrones tienen la
facultad de estar en dos sitios
distintos al mismo tiempo. Esto se denomina superposición de los estados, y es
posible siempre que no se intervenga como observador, Es decir, en el caso del
gato, el animal estará vivo y muerto siempre que no abramos la caja y miremos.
De estas mismas fuentes se nutren también teorías como: el principio de
incertidumbre o la teoría de la relatividad… Todo así como muy “parece pero no
es…”
¿Y qué hace
un gañán dado a la metáfora, el
escepticismo, y a la crítica negra como la pez, hablando de física? Pues oye,
que me venía al pelo el gato este para largar una idea sobre la escritura
poética.
Veréis, es
muy claro y común que tanto poetas como poetisas, muy dados al desequilibrio
emocional, le hagan odas al amor, a sus
musas y musos, al platonismo y sus metas inalcanzables, y como no, al sexo, que
será solitario o no dependiendo de lo afortunado del poeta o la poetisa.
¿Aun no se
ve el gato por aquí, verdad?
Ciñámonos al
poeta; al de las musas inalcanzables y sexo onanista. Este personaje sensible,
fantasioso, dado a veces a la paranoia y a creerse romances figurados es
nuestro gato. Imaginémoslo ahí, en su caja solitaria, escribiendo sonetos de
amor cristalino como diamante; arrancándose emociones de dentro y llorándolas
en el papel escrito, o empapando el teclado con la sangre de sus venas, ya que
andamos en tiempos informáticos y
ICOS. Todo con mucho sentimiento, perdiendo a veces el sueño
porque le inspira una ninfa de esas de miel que no está hecha para boca de
asno, pero que el gato, en estado constante de celo, tiene en su catalogo de
amores imposibles.
Sí, ahí está
el pobre, dejando sus vísceras y su alma en sus poemas. Claro, como buen
creativo, necesita, si no besos, una palmada en la chepa. Como esto no parece
posible, por falta de habilidades sociales gatunas, se conforma con los
comentarios y gratitudes de gente enmascarada bajo pseudónimos y avatares, o
revestida con fotos sonrientes, y que empatizan con el sonido de su
melancólica flauta.
Siempre hay
quien entra a leer sus llantinas.
Algunas de
sus lectoras se ven allí, en sus letras, y ven al gato cariñoso, artista, destilando
en sus versos pasión y verdades que se clavan como alfileres… ¿Cómo no
sintonizar lo romántico, lo agridulce de ver la vida en musicales versos?...
Así el gato poeta, imaginado por sus lectoras, de entre las cuales alguna
también es musa, entra en dos estados al mismo tiempo… como los electrones;
porque mientras escribe es un ser etéreo, idealizado, con una cara y un cuerpo
vacios donde cada lectora puede poner el aspecto que le plazca, como a aquellos
muñequitos de papel recortable que vestían las niñas hace tiempo. Es a la vez
príncipe de cuento, aventurero, galán, seductor… y a la vez el otro… el que
muestra una ajada carcasa a la realidad del mundo; alguien a quien
posiblemente, ni lectoras, ni mucho menos musas, admirarían, ni sentirían por
él enamoramiento alguno…
No abramos
la caja. Dejemos al gato vivo y muerto al mismo tiempo.
A la memoria de Skinny… una gata,
que no gato, que se largó de mi vera dejándome una cortina desgarrada y el
alma, Ahora, como el del experimento, ella está viva y muerta al mismo tiempo…
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