domingo, 9 de agosto de 2020

LOS OJOS SE ABREN

(Despertar en depresión)

Mis ojos se abren, y son como dos bolas de plomo. Mis ojos se abren, pero la voluntad no… 

La ventana está abierta como una puta y deja pasar la luz, seccionada por las lamas de una raída persiana. El polvo pegado a todos los resquicios de maderas y cristales que componen el conjunto de la ventana, cohesiona los colores volviéndolos uno, y en el medio, entre las piernas de la puta, un amarillento ventilador de plástico roba el aire viciado del cuarto perezoso y lo arroja hacia la calle, a través de las rendijas. 

La luz del cuarto se mantiene tenue. En esta guarida, salvo en la cocina, la penumbra es siempre la reina. Ni siquiera las bombillas consiguen dar suficiente claridad a las estancias, cuyas paredes, pintadas en tonos fríos, parecen absorber la luz eléctrica como esponjas, adquiriendo la morada una tonalidad lumínica decadente y gótica.

Mis ojos están abiertos, y mi consciencia... pero la voluntad no.

Todo mi cuerpo pesa y duele. Sobre todo el costado y el hombro izquierdos; no sé si porque mi sistema vascular, se atasca por el cieno que es mi sangre y linfa, o porque la cruel tristeza mental que me aqueja, produce algo más físico que el mero hecho de desear no estar despierto.

Es agosto, en un verano que está siendo húmedo, sucio, caluroso hasta la extenuación y enfermo...  Es como si este verano fuera el preludio de algo que va a ir a peor y sin vuelta atrás; de una extinción insoslayable. Un ágora del Apocalipsis.

Me derrito en el lecho. El sudor chorrea de mi cuerpo empapando la cama. Me siento como un helado de manteca de cerdo deshaciéndome por el rigor de la temperatura, y siento como si mis órganos blandos quisieran escapar, convertidos en líquido, por mis dilatados poros. La desnudez no alivia la sensación térmica. La respiración gorgotea al atravesar la laringe, que está forrada por una mucosidad verdosa, propia de gente sin amígdalas. La boca de mi estomago parece apretada por la mano de un estrangulador. Esto es todo lo que siento en el cuerpo. Sé que es vida, pero no... 

La mente, alejada de la voluntad, es como siempre una noria, pasa de un pensamiento a otro obviando la emoción de saludar, eufórico, a la mañana. Solamente se dedica a girar entre anhelos, pesares y recuerdos, parándose a veces en lapsus, donde el cerebro se suspende en sus funciones pensantes, y se pierde en ese lugar llamado Babia, donde zumba una especie de tenue murmullo que debe asemejarse mucho, a la sinfonía que escucharán las almas en el Limbo.

Mis ojos están abiertos, la voluntad no...

Hay mañanas que la única energía que tengo al despertar solo la uso para masturbarme. Es el único afán que me reconcilia con el ardor de la carne. Después de ello, de la ascensión y la punzada que hace estremecer unos minutos la médula, regresa la gravedad tirana que me hace sentir como gelatina.

Tengo una imagen nocturna en la playa, donde la marea había sacado a la orilla arenosa algunas medusas rosadas de considerable tamaño. No sé si estaban aún vivas o ya muertas, no se movían. Eran plastas semitransparentes y gelatinosas desparramadas en la arena; extrañas para el oxígeno no marino. Criaturas de los abismos de Lovecraft. Las evoco y  creo, que ellas deberían sentirse entonces  como yo ahora, aplastado en esta pútrida cama sudada, que huele a cuajo de leche agria. 

Busco razones para bajar del lecho y no encuentro. Y si encuentro, la gravedad que me mantiene pegado al colchón, no me lo permite. Así que sigo en posición supina derritiéndome en fluidos humanos. Con los ojos abiertos y perdidos mirando el techo de mi morada antigua. Ese es todo mi horizonte hoy. 

Porque mis ojos están abiertos... mi voluntad no...

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