CONFESION
El edificio es vetusto, de
interior cavernoso. Al entrar hay una Harley Davidson aparcada entre la enorme
puerta de madera tachonada y una pequeña pila de mármol amarillento llena de
Bourbon. La humedad y las grietas en los muros evidencian la decrepitud y el
abandono... Falta de fondos seguramente. El bailoteo de las llamas de las velas
repartidas por todos lados, infunde vida a los grafitis de colores descarados
que decoran las paredes laterales. Parecen una bacanal de demonios. Al fondo,
algo más elevado del suelo, un presbiterio, con un ambón de resina sintética a
la izquierda, según se le mira de frente, decorado con calaveras, y en el cual
descansa una edición del Kamasutra. A modo de altar hay una mesa plegable con
un hule raido serigrafiado de lenguas de Mick Jagger; sobre ella se hayan
situados algunos avíos: un tetrabrik de Don Simón, un plato con un trozo de
tortilla de patatas lleno de hormigas, un vaso volcado, que ebrio, ha vomitado calimocho
sobre el hule y una botella de dos litros, media de Coca Cola. A la derecha,
según se le mira de frente también, hay unas hamacas playeras con más agujeros
que un queso gruyere, y encima de todo, en la pared frontal, según se le mira
de frente, repito como un pimiento verde frito, un retablo de madera pintada en
tonos chillones. En él hay dos figuras de material indefinido agarrándose en
actitud lasciva: un Joey Ramone con cazadora negra, gafas oscuras y sus
vaqueros impenitentes, y una Traci Lords vestida con atuendo de meretriz,
sacando la lengua en búsqueda de boca ajena. Sobre todo el conjunto, una gran
bóveda, tan sucia y oscura… que recuerda a un ano gigantesco.
Un hombre de unos cincuenta,
enjuto, vestido totalmente de negro y con largos cabellos grises, se mueve arrastrando
los pies de forma cansina por entre los bancos de madera rayados con frases chocarreras.
Lleva las mangas remangadas hasta el codo y sus antebrazos venosos están
cuajados de tatuajes. Un porro retorcido humea entre sus labios, haciéndole cucar
un ojo; eso le confiere una expresión picarona. Parece buscar algo por entre
los asientos carcomidos. De repente escupe la pava del porro, se agacha, y
esnifa un ínfimo montoncito de polvo blanco que a alguien debió caérsele de
algún bolsillo agujereado. El hombre de negro extiende una amplia sonrisa y
pone los ojos en blanco en gesto beatifico. Casi se diría que un personaje del
Greco se ha encarnado allí estirando el cuello; pero el tipo en cuestión tiene
una jeta más bien macarra. Doménikos Theotokópoulos no lo habría escogido
como modelo.
Tambaleándose un poco, el tipo seco de aspecto calavera se
dirige a un habitáculo de madera policromada a juego con el decorado general,
atraviesa la cortinilla que oculta la entrada, y se sienta en una silla de anea
que hay en el interior. Enciende un pequeño flexo y abre las páginas de un
antiguo libro lleno de salmos. En su mitad, el libro oculta una edición
manoseada de Hustler, y el tipo seco comienza a ojearla con unas gafitas estilo
John Lennon. Su huesuda mano derecha, se ha posado en la bragueta de su
pantalón. Con cierto tembleque saca una polla arrugada, que gracias al manoseo
y al poster de triple pagina de Stoya,
mostrando su sexo como un mejillón cocido, resucita hasta parecer algo vivo y
enhiesto.
Justo cuando en la cara del
hombre de negro, se dibuja un rictus parecido al de los mártires del Románico, y su mano
frenética está a punto de sacar humo a su miembro viril, resuena una voz en la
entrada, llenando de eco la lóbrega bóveda del estrafalario santuario.
— ¿Hay alguien?... ien…ien...ien… Necesito confesión… ion…ion…ion…
El tipo seco se incorpora como sacudido por
una corriente eléctrica. Se le caen las gafitas redondas y se pilla el pellejo
de la polla con la cremallera del pantalón. Mascullando improperios, cierra
apresuradamente el viejo libro, se recoloca el pene de nuevo arrugado y
dolorido en su sitio, y se sienta apagando la luz del flexo.
— (¡Mecagüen San Belial del culo
roto!... un imbécil a confesar en martes…) ¡Aquí estoy, en el confesionario,
seas quien seas!…
Un chaval con pinta de golfo,
pelirrojo y lleno de pecas, se acerca dubitativo al habitáculo de madera donde
nuestro hombre flaco permanece oculto.
— Ave María putísima — saluda el pollo.
— Con pecado concebida... Dime hijo mío, ¿qué te aflige?
— Verá padre, he sido demasiado bueno últimamente.
— Eso no está bien hijo mío. Cuéntame cabrón...
— ¡Cabrón lo será su señor padre!...
— Mi padre es Belcebú... Y ya se sabe lo cabrón que es... Venga,
déjate de gilipolleces y suelta prenda — apremia al chaval el “sacerdote”
— Bueno, pues resulta que llevo seis meses sin chutarme... Y he
resistido con dos cojones el mono.
— Caramba... Pues el jaco que no hayas de gastar, esta parroquia ya
sabes que recibe bien cualquier limosna. Venga sigue. ¿Qué más?
— Pues... No sé si a raíz de no meterme, he dejado de robar a la
vieja.... Y la he sacado de la calle, porque he encontrado un trabajo.
— Hummm... Eso va en contra del cuarto manda - miento: Ultrajaras a tu padre y a tu
madre... No es moco de pavo...
— Además llevo tiempo sin meter la polla en agujeros húmedos...
Vamos... ni me la casco... Y he conocido a una buena chica... Creo que estoy
dejando la droga por ella... ¡Creo que la amo padre!, y la respeto muchísimo...
¡Es virgen la hijaputa!...
— Hijo... — dice el “sacerdote” con solemnidad. – Te has descarriado
del mal camino... el camino de nuestro señor de las moscas... Son muchos
despropósitos juntos... Es muy grave lo que cuentas... No sé si salir del
confesionario y partirte la cara a hostias o ponerte una penitencia... En
fin... Optaré por lo segundo que hoy voy algo ciego y no tengo el cuerpo para
broncas...
— Haga lo que tenga que hacer padre, pero interceda por mi ante El Caído,
necesito el perdón.
— Esta bien... Te vas a flagelar el culo con una ristra de cardos... 40
minutos como mínimo.... Luego traerás el jaco al cepillo de esta iglesia... sin
cortar, si no será sacrilegio. Darás unas hostias a tu vieja y a tu novia, y
las pondrás a hacer la calle a ambas... Luego te harás pajas hasta que te
sangre el capullo... — sentencia el hombre flaco enseñando levemente un
colmillo.
— Joder padre... ¿No podría ser un poco más ligera la cosa?...
— ¿Qué dices hijo mío?... ¡Lo tuyo es de hoguera!... ¡Demasiado
indulgente he sido!... Aunque... tal vez haya otro camino de penitencia.
— Dígame cual padre.
— ¿Dices que tu novia es virgen?...
— Si padre.
— ¡Bien, bien!... Pues serás redimido de tus faltas en el acto, si me
la traes aquí bien untados de vaselina todos sus orificios... Y el jaco... ¿eh?
Que no se te olvide…
El muchacho pelirrojo, arruga un poco la nariz concentrado en lo
escuchado.
— ¿Sabe qué le digo padre?
— Habla sin temor hijo mío.
— ¡Que le den a usted por culo!...
El tipo de negro sale del confesionario hecho un basilisco. Va
estirado todo lo que es él y por un agujero de la bragueta le asoma un poco de
piel y unos retorcidos pelos. Parece un espantajo moviendo los brazos.
— ¡Vade retro ángel del cielo!... ¡Has de reventar de dicha en el
paraíso de Jehová!... ¡Jamás bajaras al infierno junto al Dios de los canallas
y perderás tu derecho a las barbacoas eternas, al Cardhu gratis y a las orgías
infinitas!... ¡Vete de aquí que te rajo mamón!... ¡No me hagas perder mi tiempo!...
El chaval pone pies en polvorosa y deja al tipo de negro gesticulando
embravecido.
Cuando de nuevo se hace la quietud en el templo y se calman los ánimos,
el sacerdote calavera se mete de nuevo en el confesionario cerrando la
cortinilla. Al cabo de un par de minutos se oye un aullido orgásmico y unos
gruñidos. Unas gotas espesas y blanquecinas resbalan por la celosía de madera
que cubre el ventanillo de confesión. Entonces se escucha la voz del tipo de
negro, citar unas frases en latín:
— ¡PEDICABO EGO VOS ET IRRUMABO!*... ¡Qué bien me he quedado coño!
Y en respuesta a ello, milagrosamente se ilumina la bóveda del templo
como por un relámpago; pero en vez de un trueno o la música de un órgano… se
escucha potente un sonoro pedo.
Fuentes de inspiracion:
Banda sonora:
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