lunes, 1 de diciembre de 2014

CRONICAS DEL MUNDO AL REVES I


CONFESION



El edificio es vetusto, de interior cavernoso. Al entrar hay una Harley Davidson aparcada entre la enorme puerta de madera tachonada y una pequeña pila de mármol amarillento llena de Bourbon. La humedad y las grietas en los muros evidencian la decrepitud y el abandono... Falta de fondos seguramente. El bailoteo de las llamas de las velas repartidas por todos lados, infunde vida a los grafitis de colores descarados que decoran las paredes laterales. Parecen una bacanal de demonios. Al fondo, algo más elevado del suelo, un presbiterio, con un ambón de resina sintética a la izquierda, según se le mira de frente, decorado con calaveras, y en el cual descansa una edición del Kamasutra. A modo de altar hay una mesa plegable con un hule raido serigrafiado de lenguas de Mick Jagger; sobre ella se hayan situados algunos avíos: un tetrabrik de Don Simón, un plato con un trozo de tortilla de patatas lleno de hormigas, un vaso volcado, que ebrio, ha vomitado calimocho sobre el hule y una botella de dos litros, media de Coca Cola. A la derecha, según se le mira de frente también, hay unas hamacas playeras con más agujeros que un queso gruyere, y encima de todo, en la pared frontal, según se le mira de frente, repito como un pimiento verde frito, un retablo de madera pintada en tonos chillones. En él hay dos figuras de material indefinido agarrándose en actitud lasciva: un Joey Ramone con cazadora negra, gafas oscuras y sus vaqueros impenitentes, y una Traci Lords vestida con atuendo de meretriz, sacando la lengua en búsqueda de boca ajena. Sobre todo el conjunto, una gran bóveda, tan sucia y oscura… que recuerda a un ano gigantesco.

Un hombre de unos cincuenta, enjuto, vestido totalmente de negro y con largos cabellos grises, se mueve arrastrando los pies de forma cansina por entre los bancos de madera rayados con frases chocarreras. Lleva las mangas remangadas hasta el codo y sus antebrazos venosos están cuajados de tatuajes. Un porro retorcido humea entre sus labios, haciéndole cucar un ojo; eso le confiere una expresión picarona. Parece buscar algo por entre los asientos carcomidos. De repente escupe la pava del porro, se agacha, y esnifa un ínfimo montoncito de polvo blanco que a alguien debió caérsele de algún bolsillo agujereado. El hombre de negro extiende una amplia sonrisa y pone los ojos en blanco en gesto beatifico. Casi se diría que un personaje del Greco se ha encarnado allí estirando el cuello; pero el tipo en cuestión tiene una jeta más bien macarra.  Doménikos Theotokópoulos no lo habría escogido como modelo.

Tambaleándose  un poco, el tipo seco de aspecto calavera se dirige a  un habitáculo de madera  policromada a juego con el decorado general, atraviesa la cortinilla que oculta la entrada, y se sienta en una silla de anea que hay en el interior. Enciende un pequeño flexo y abre las páginas de un antiguo libro lleno de salmos. En su mitad, el libro oculta una edición manoseada de Hustler, y el tipo seco comienza a ojearla con unas gafitas estilo John Lennon. Su huesuda mano derecha, se ha posado en la bragueta de su pantalón. Con cierto tembleque saca una polla arrugada, que gracias al manoseo y al poster de triple pagina  de Stoya, mostrando su sexo como un mejillón cocido, resucita hasta parecer algo vivo y enhiesto.

Justo cuando en la cara del hombre de negro, se dibuja un rictus parecido al  de los mártires del Románico, y su mano frenética está a punto de sacar humo a su miembro viril, resuena una voz en la entrada, llenando de eco la lóbrega bóveda del estrafalario santuario.

— ¿Hay alguien?... ien…ien...ien… Necesito confesión… ion…ion…ion…

 El tipo seco se incorpora como sacudido por una corriente eléctrica. Se le caen las gafitas redondas y se pilla el pellejo de la polla con la cremallera del pantalón. Mascullando improperios, cierra apresuradamente el viejo libro, se recoloca el pene de nuevo arrugado y dolorido en su sitio, y se sienta apagando la luz del flexo.

— (¡Mecagüen San Belial del culo roto!... un imbécil a confesar en martes…) ¡Aquí estoy, en el confesionario, seas quien seas!…

Un chaval con pinta de golfo, pelirrojo y lleno de pecas, se acerca dubitativo al habitáculo de madera donde nuestro hombre flaco permanece oculto.

— Ave María putísima — saluda el pollo.
— Con pecado concebida... Dime hijo mío, ¿qué te aflige?
— Verá padre, he sido demasiado bueno últimamente.
— Eso no está bien hijo mío. Cuéntame cabrón...
— ¡Cabrón lo será su señor padre!...
— Mi padre es Belcebú... Y ya se sabe lo cabrón que es... Venga, déjate de gilipolleces y suelta prenda — apremia al chaval el “sacerdote”
— Bueno, pues resulta que llevo seis meses sin chutarme... Y he resistido con dos cojones el mono.
— Caramba... Pues el jaco que no hayas de gastar, esta parroquia ya sabes que recibe bien cualquier limosna. Venga sigue. ¿Qué más?
— Pues... No sé si a raíz de no meterme, he dejado de robar a la vieja.... Y la he sacado de la calle, porque he encontrado un trabajo.
— Hummm... Eso va en contra del cuarto  manda - miento: Ultrajaras a tu padre y a tu madre... No es moco de pavo...
— Además llevo tiempo sin meter la polla en agujeros húmedos... Vamos... ni me la casco... Y he conocido a una buena chica... Creo que estoy dejando la droga por ella... ¡Creo que la amo padre!, y la respeto muchísimo... ¡Es virgen la hijaputa!...
— Hijo... — dice el “sacerdote” con solemnidad. – Te has descarriado del mal camino... el camino de nuestro señor de las moscas... Son muchos despropósitos juntos... Es muy grave lo que cuentas... No sé si salir del confesionario y partirte la cara a hostias o ponerte una penitencia... En fin... Optaré por lo segundo que hoy voy algo ciego y no tengo el cuerpo para broncas...
— Haga lo que tenga que hacer padre, pero interceda por mi ante El Caído, necesito el perdón.
— Esta bien... Te vas a flagelar el culo con una ristra de cardos... 40 minutos como mínimo.... Luego traerás el jaco al cepillo de esta iglesia... sin cortar, si no será sacrilegio. Darás unas hostias a tu vieja y a tu novia, y las pondrás a hacer la calle a ambas... Luego te harás pajas hasta que te sangre el capullo... — sentencia el hombre flaco enseñando levemente un colmillo.
— Joder padre... ¿No podría ser un poco más ligera la cosa?...
— ¿Qué dices hijo mío?... ¡Lo tuyo es de hoguera!... ¡Demasiado indulgente he sido!... Aunque... tal vez haya otro camino de penitencia.
— Dígame cual padre.
— ¿Dices que tu novia es virgen?...
— Si padre.
— ¡Bien, bien!... Pues serás redimido de tus faltas en el acto, si me la traes aquí bien untados de vaselina todos sus orificios... Y el jaco... ¿eh? Que no se te olvide…

El muchacho pelirrojo, arruga un poco la nariz concentrado en lo escuchado.

— ¿Sabe qué le digo padre?
— Habla sin temor hijo mío.
— ¡Que le den a usted por culo!...

El tipo de negro sale del confesionario hecho un basilisco. Va estirado todo lo que es él y por un agujero de la bragueta le asoma un poco de piel y unos retorcidos pelos. Parece un espantajo moviendo los brazos.

— ¡Vade retro ángel del cielo!... ¡Has de reventar de dicha en el paraíso de Jehová!... ¡Jamás bajaras al infierno junto al Dios de los canallas y perderás tu derecho a las barbacoas eternas, al Cardhu gratis y a las orgías infinitas!... ¡Vete de aquí que te rajo mamón!... ¡No me hagas perder mi tiempo!...

El chaval pone pies en polvorosa y deja al tipo de negro gesticulando embravecido.

Cuando de nuevo se hace la quietud en el templo y se calman los ánimos, el sacerdote calavera se mete de nuevo en el confesionario cerrando la cortinilla. Al cabo de un par de minutos se oye un aullido orgásmico y unos gruñidos. Unas gotas espesas y blanquecinas resbalan por la celosía de madera que cubre el ventanillo de confesión. Entonces se escucha la voz del tipo de negro, citar unas frases en latín:

— ¡PEDICABO EGO VOS ET IRRUMABO!*... ¡Qué bien me he quedado coño!

Y en respuesta a ello, milagrosamente se ilumina la bóveda del templo como por un relámpago; pero en vez de un trueno o la música de un órgano… se escucha potente un sonoro pedo.


Fuentes de inspiracion:



Banda sonora:


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