LA MULTA
El coche tiene línea deportiva y su carrocería va pintada de un rojo
tomate. Lleva algún detalle tuneado: un poquito de alerón, unas llamitas
amarillas aerografiadas en las puertas, ruedas de dos palmos de anchas y
llantas de aluminio... chorradillas así, de esas que " molan mazo" y
dan categoría de “quema - ruedas” al dueño de la máquina. El caso es que a vista
de pájaro y fijándose en el estilo de conducción, las evoluciones del tomate
con ruedas dan claras muestras de que el piloto no es Niki Lauda. Mirando por la
ventanilla ya se adivina el calado. El nene tendrá unos 20, rapadito el cogote
sin haber hecho la mili, tupe estilo Espinete pringoso de gomina, rasgos
mongoloides y expresión de esnifado crónico. Agarra el volante con una mano (a
veces incluso lo suelta) y, con la otra, tira de marchas y habla por móvil con
la churri a grito pelado, ya que el zumba - zumba de su radio cd mp3, con etapa
de potencia y “megachupibafles”, no le deja otro remedio que aullar para
comunicarse. De copiloto y atrás de paquetes, van unos coleguis canis de toda
la vida. No viene al caso describirlos porque, visto el protagonista, vistos
los secundarios...
El tomate de 98 octanos se marca unas eses; toma las curvas de la
comarcal C-25 Villapedo de arriba - Migorda
de la sierra con bonitos derrapes; a intervalos, aminora porque los coleguis
discuten o la churri del conductor se enfada y el fulano manda besitos por el
móvil. También se oye de vez en cuando una rascada en la caja de cambios, y el
tomate da saltitos como con hipo; a coro, de fondo envolvente, se escucha el
zumba - zumba y unas risotadas pánfilas.
En la rotonda del kilometro 17, desvío a Berzapocha del arenal, el
tomate a manos del diestro piloto se marca un trompo al ritmo de ¡oé-oé!... Luego,
recuperada la compostura, vuelve a encaminarse hacia Migorda de la sierra.
Más adelante, tras un toro de Osborne, la benemérita esta dormitando
la siesta. Al escuchar el zumba - zumba y comprobar el magnífico estilo de “A
todo gas” del tomate, montan la sirena y salen escopeteados tras el “Vin Diesel”
de turno.
¡Uau uau uau uau!... El coche de tráfico se coloca unos segundos junto
al tomate, no para hacer una ensalada, sino para que la pareja indique con el
dedo a los “mongolos” donde apartarse.
Los clones de “Forrest Gump” miran al unísono a los guripas y con cara
de “qué coño pasa” se apartan en el arcén.
La conversación de los chicos en ese momento mágico, antes de que se
acerque la pareja, es sublime:
— ¡Ya lamos cagao Ñoño!... ¡Eres tonto colega!
— ¡Estos joputas traen el talonario multas con jambre!
— ¡Callaros coño, que el menda controla huevo!
A todo esto, los guardias descienden del coche como a cámara lenta.
Sus movimientos son estudiados, firmes... Son profesionales de la ley. Uno se
para en el arcén junto al tomate, observa el diseño aerodinámico de la maquina
y da algún golpecito con los nudillos a la chapa o una patadilla a las ruedas.
— Ñoño... El guripa le va a rayar la chapa al “Fantástico”.
— ¡Calla Mono!... Todos chito, que ya hablo yo…
El guardia civil de la libreta toca con la uña del índice la
ventanilla izquierda, se agacha sonriente y por señas, pide al Ñoño que baje el cristal.
— Buenos días... ¿Me permite la documentación del vehículo y el
carnet?
— Si siñor...
Ñoño extiende los papeles al agente y sorbe un moco que le cuelga en
ese momento.
— Veo que el vehículo no es suyo.
— No siñor... Es de mirmano, er Toli.
— Ah, muy bien... Veamos... No ha pasado la ITV, y el carnet de
conducir lo lleva usted lleno de polvillo blanco y caducado.
— La TV es mirmano el que la pasa... El carnet es que lo uso p’arrejuntar
la farlopa… Va dabuten. No sabía yo que el carnete sacía malo…
— Ya veo... Si, tiene una vigencia de diez años; despues hay que renovar... Por cierto, La foto tiene parecido, pero parece usted mas mayor — duda el guardia.
— Ese es mi viejo, questá'cho un pellejo... No se cuida ná.
Se escuchan unas risillas contenidas por los asientos de atrás.
El guardia civil mira a los niñatos con cara de paciencia infinita y devuelve la documentación al Ñoño.
— Ya veo... Si, tiene una vigencia de diez años; despues hay que renovar... Por cierto, La foto tiene parecido, pero parece usted mas mayor — duda el guardia.
— Ese es mi viejo, questá'cho un pellejo... No se cuida ná.
Se escuchan unas risillas contenidas por los asientos de atrás.
El guardia civil mira a los niñatos con cara de paciencia infinita y devuelve la documentación al Ñoño.
— Bien... Perfecto... Verán... Estamos haciendo unos controles de
alcoholemia por la zona... Chus, pásame el etilómetro—le pide el agente
sonriente a su pareja—¿Tiene usted inconveniente en que hagamos la prueba?
— Güeno... Amos a cela.
El agente de tráfico entrega un aparato al conductor y explica.
— Este botón es el reset. Pone el dispositivo a cero y listo para el
uso. Espere que prepare una boquilla desechable y empezamos.
El guardia saca un tubo blanco de plástico de una bolsita. Coloca la
pieza cilíndrica en el aparato y demanda:
— Venga caballero… pulse el botón indicado... ¿Ya lo tiene?...
— Si siñor... Salen unos cericos en la pantalla.
— Perfecto... Ahora acerque la boquilla blanca a mi boca y no se
mueva.
El Ñoño hace lo que se le pide y el civil sopla con fuerza por la
boquilla desechable.
— Bien... Compruebe la lectura y dígame los dígitos.
— ¿Que compruebe lo qué de qué?
— Si... que mire los números de la pantalla y me indique la cifra...
— A vale... Los dejitos desos... Aquí pone un 0, un palico, un 7 y
otro 0.
— Hummm... 0,70... Voy cargadito... Chus... me sale alto...— le dice el
civil a su pareja.
Este último menea la cabeza entre negando y asintiendo, con un ojo
cucado y la boca torcida.
— Bueno... Esto conlleva una sanción económica de quinientos euros y
retirada de puntos en el carnet. Esperen aquí un momento.
Los pavos del tomate motorizado se quedan mirándose las jetas unos a
otros.
A través del parabrisas da comienzo una representación de mímica entre
los dos civiles. El del soplo se echa mano a la cartera y saca unos billetes
ante la mirada seria de su pareja. El guardia cuenta los billetes y le dice
algo al otro con cara de suplica. El otro civil arruga el morro y niega con la
cabeza de forma firme. El del soplo pone carita llorosa primero y luego va
sacando una sonrisilla dulce. Su pareja sigue arrugando el morro. Al final el
del soplo, coge a su pareja por la barbilla con gesto cariñoso y le dice algo
cómplice y secreto. El del morro arrugado va desarrugándolo y a regañadientes,
se le va escapando la sonrisa. Por fin hace gesto de extraer la billetera para
sacar lo que lleva en papel y unas monedillas sueltas del bolsillo derecho. El
guardia del soplo coge la guita y le da unas palmadillas al otro en el hombro.
Después vuelve acercarse a la ventanilla del tomate con amplia sonrisa. Allí le
esperan el Ñoño y su vasca con la boca bien abierta.
— Bueno... la cosa está así: entre mi compañero y yo llevamos unos
trescientos euros, aquí los tenéis, y no cubrimos la totalidad de la sanción...
Yo ya me he quitado los 6 puntos correspondientes del carnet de conducir, así
que solo queda que les extienda el resguardo de multa por la cantidad económica
restante.
El civil saca la libretilla y escribe sus datos personales, más la
fecha y la cuantía restante. En la casilla de observaciones añade que ya se ha
efectuado la retirada de puntos y satisfecho trescientos euros en el lugar de
los hechos.
—Tenga usted caballero... el resguardo. Tiene entre quince y veinte
días para cobrar en la central la cantidad que falta.
— Vale siñor guardia… y no beba usté más ¿ein?
Dicho esto, los guardias se encaminan a su coche y salen, dando la vuelta, de nuevo hacia la
sombra del culo del toro.
Los coleguis del Ñoño miran a este, estupefactos.
— ¡Hostia julai! ¡Trescientos moniatos!
— ¡Si joé!... Amos a por papeo al Masdonal y aluego unas putas…
El Mono, que es el más curioso del selecto grupo, le pregunta al Ñoño:
— Tú… pare… ¿amos a ir pol resto la pasta a la central esa?
Y el Ñoño, por fin con cierto aire de inteligencia en el rostro,
contesta al Mono:
— ¡Na mierda!… Haramimo llamo
por móvil a mirmano que tiene un amigo bogao, y que nos recule la murta… ¡Guripas de los huevos!
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