martes, 19 de noviembre de 2019

LA RUTA





Estigmas del pasado.
Orografía del alma.
Sendas de antaño
cartografiadas.

Eres tú quien ves
en un reflejo de agua.
Cada arruga,
cada cana,
señales de una vida.
Tramos de carretera andada.

Eres tú quien frunce el ceño,
no te reniegues.
Nada es gratuito,
todo se paga.
Pero siéntete orgulloso,
de lo que vio tu mirada.

Tus lágrimas
son de sapiencia,
de experiencias
conquistadas.

Para un segundo,
mira atrás...

¡Cuanta ruta caminada!






NO MUERAS EN EL AYER

By LÁZARO
Adaptación libre de “Dead as yesterday” de Zakk Wylde

Si un eco de viejos recuerdos
llora por lo que se fue...
Gritos de juventud
que fueron tu canción…
No mueras en el ayer…
Si hubo noches de besos intensos;
Si hubo dias de alcohol y placer…
no dejes que se desgarre
tu jodido corazón,
no mueras en el ayer…

Oh… Queda el horizonte…
Oh… Aun calienta el sol…
Oh… Abrázate a otros nombres…
Oh… Busca un nuevo amor…

Si tus pies todavía los mueve
la fuerza de tu interior,
anda sin temor, solo has de querer.
No mueras en el ayer…
Olvida lo que se fue,
que la muerte es el ayer…


lunes, 11 de noviembre de 2019

¿POR QUÉ?

¿Por qué?

Siempre es la misma pregunta la que me persigue,
hambriento como estoy, de certezas…

Por qué…

Por qué necesito de la tormenta para crear…
De la noche, de la luna, las estrellas.
Por qué necesito el viento…
y  hasta el huracán.

Por qué necesito sentirme muerto,
cuando intento resucitar…
Por qué me inspira el pasado,
la añoranza que destila.
Por qué no me inspira el presente,
el sol, la brisa… la vida…

Por qué de toda la música
elijo la que más lamenta.
Por qué me recreo en historias
de sangre, fuego y violencia.

Por qué…

Por qué cuanto más hundido,
cuanto más lacero mi pecho,
cuanto más duro es el trecho,
más hermosa mi tristeza.

Por qué duele mi cabeza.
Por qué de todas las aves
los cuervos son preferencia;
carroñeros y sagaces,
picoteando mi entereza.

Por qué voy tras quien no me aprecia,
que me engaña y me lastima.
Por qué prefiero las esquinas
a las plazas o avenidas,
y las puertas… que se cierran

Por qué…

Por qué me rompo la espalda
para el lucro de ladrones.
Por qué sigo siendo manubrio,
en un panel de botones.

Por qué proyecto futuros
que arrincono en el trastero;
por qué me importa el dinero
si no arriesgo un puto duro.

Por qué creo en ideales,
si ya nadie cree en nada.
Por qué si la esperanza es bulo,
no asumo sinos fatales.

Por qué…

Por qué persigo quimeras,
por qué me inspiro en las musas.
Por qué intento abrir sus blusas,
si solo el desplante espera.

Por qué por amor, monto el pollo,
si solo me trae dolor.
Por qué no ahogo en licor,
la pasión  que me incinera,
y la vomito en un arroyo.

Por qué si ella sé, que no me quiere,
le abro entero el corazón…
sabiendo que hará con él,
lo que un gato…  hace a un ratón…



DIBUJITO DE SOL


Sé a ciencia cierta,
porque es una experiencia que en mi vida,
se repite en el tiempo,
que nunca volveré a hablarte;
que mis mensajes, mis poemas,
que son lo único que de mi recibes,
acabarán siendo molestos.

Sé de buena tinta,
porque nací bajo esa sombra,
que desde el mismo día que te despediste,
estabas pasando al recuerdo.

Serás otro contacto fantasma,
un avatar, un pin, un emoji,
un dibujito de sol
alumbrando mi deformado pasado.

Algo que jamás volverá a tener cuerpo,
ni calor, ni tacto...

Ya nunca volverás a ser beso.

Porque esas han sido siempre,
mis despedidas...

Adioses que dejan de ser holas,
imágenes en mi álbum de memorias,
felicidad pasada que duele,


cada vez que la recuerdo...


lunes, 14 de octubre de 2019

TECNO CAGE


Una vez viví sin móvil. Sí, aunque parezca mentira o imposible, hace años vivíamos sin móvil... Y sin internet, ni redes sociales, sin la necesidad constante de opinar y hacernos ver. Sin elevar nuestro ego haciendo valer nuestro punto de vista. O recibiendo información, la mayoría de veces, ni contrastada,  ni exhaustiva. Información velada, de poca o ninguna calidad, manipulada, engañosa... Hace años no necesitábamos ser el centro de nada, sino ser uno más. No necesitábamos miles de amigos de todo el mundo que nunca abrazaremos en persona. Solo unos cuantos amigos de correrías. Una novia o un novio que nos quisiese y tal vez, un proyecto de futuro sin demasiadas pretensiones. Eso era todo... Y sí, vivíamos sin móvil.

Sabíamos donde vivía cada uno de nuestros amigos, solo había que ir a su casa, llamar al timbre y desde abajo gritar: ¿te vienes?... A jugar, a dar una vuelta, al bar, al pub, a comer pipas a la vía, a hacer manitas en un portal, o en un lugar apartado dentro del coche de segunda mano, al cine... También teníamos lugares habituales, locales donde a determinada hora del día, posiblemente tras el trabajo o los estudios, ibas y tus amigos estaban. U otras veces, de un fin de semana para otro, ya habías quedado. Aquello eran micro-reencuentros; un tiempo de separación de corto plazo que sentías finito y te preparaba para volver al cariño de tu gente, que te daba ganas de hacerlo. Era una alegría especial  lo que sentías al volver y siempre había cosas que contar, manos que estrechar y abrazos que darse. Y todo sin móvil. Había mucho más margen para la sorpresa. Uno pasaba el día sin la inquietud de estar escuchando, viendo o leyendo que hacen los otros... Ya nos lo contarían cuando nos viesen. Y si ocurría algo grave, ya llamaban desde una cabina, o venía alguien corriendo a avisarte.

A muchos les parecerá que nuestra era de la comunicación es un avance. A mí me parece un exceso; porque así son las personas, seres excesivos. Tenemos la tendencia a convertir lo placentero o útil en vicio. En extremo. A veces en enfermedad. 

Yo no sé si era más feliz sin tanto avance; cuando mi memoria evoca escenas, creo que sí; pero sí puedo asegurar que ahora no lo soy, y mucha de mi inquietud y mi soledad se deriva del uso constante y la atención pendiente de mis dispositivos, que se han convertido en un paliativo a mi incomunicación y como consecuencia, a incrementar mi aislamiento.

Ya he dicho muchas veces que quiero dejar de ser un fantasma más de la red, que quiero volver a ser una persona que toca y siente. Que mira a los ojos. Lo malo es que no me está resultando nada fácil, porque cuando en alguna epifanía lo intento y me acerco a la gente, me encuentro decepcionado, o soy yo el que decepciona.

Reconozco haber perdido habilidades sociales; cuando más te aíslas, menos sabes moverte entre la gente. Pierdes facultades para entablar conversaciones. Como en cualquier deporte que abandonas, te atrofias. Los lugares a los que ibas antaño, han cambiado o ya no existen, y en los nuevos, te sientes fuera de lugar, como si fueras de Marte. Incluso la gente parece que habla de modo distinto. Así que te das cuenta de lo limitado que estás, que ya no sabes salir a ningún sitio a divertirte. Ni siquiera ir a un restaurante a comer.

Así que miras tu móvil, todos esas caricaturitas que tienes en los contactos; teléfonos que te da la gente de pasada, por costumbre o compromiso, para luego no llamarte nunca. Aunque a veces eres tú el que no llamas… Entonces te cuestionas lo absurdo de esto. Te preguntas por qué guardas ahí toda esa gente. Muchos ni siquiera los necesitas. Claro, ellos tampoco a ti... Darías en ese momento tu reino por un solo y único contacto que te mandara un WhatsApp, sin emoticonos ni mierdas de esas banales; un mensaje simple, directo. Un único mensaje diciendo: …amigo mío, si estás en calzoncillos vístete, que voy ahora mismo hacia tu casa, a hacerte compañía, o a sacarte para tomar una cerveza... Ahí tendrías entonces el reto de hacer caso a tus deseos e ir con él o ella, y no rajarte.

Ya sabes...

martes, 1 de octubre de 2019

LIMBO


El lugar que nadie, salvo los perdidos, comprende…

Abres los ojos… No sabes qué hora es ni te importa, ¿para qué?... el  tiempo no significa mucho cuando no se tienen expectativas… ni ganas de vivirlo… La habitación está a oscuras, así está bien; es porque la ventana que da a la calle la cierras para que no entre el mundo, ni su luz. Tus ojos abiertos, ven destellitos eléctricos que bailotean al son de tu cerebro alienado, contrastan tenuemente contra la negrura. Te duele la espalda, sobre todo esa zona que, algún anatomista, bautizó como trapecio tal vez pensando en el circo… ¡Puto idiota! No tiene puta gracia, porque tu trapecio y el cuello parecen de cemento… No hay allí atletas volando grácilmente, si no marmóreas estatuas. Pegaría más el nombre de zona “rígido-estoidea” o algo que suene a músculos jodidos. También sisean tus oídos; no estás seguro de si por su defecto, por la mierda de “drepre”, o por el podcast de novela macabra que pusiste  y duró varias horas. Escuchar voces monótonas con auriculares, te distrae un poco la mente y te prepara hasta que hacen efecto los tranquilizantes. Te estás meando, el mejor despertador del mundo cuando eres adulto. ¡Mierda!... tener que ir al váter te sacará de la cama y no mola, estar tumbado y oliendo a rancio te hace sentir seguro; lejos de todo. Por un momento barajas la posibilidad de sentir la calidez de los orines y seguir acostado, pero un resto de moral humana te hace incorporarte y sentarte en la orilla de la cama. Te quedas parado en la frontera del lecho, los pies tocando el frío gres que no barres hace tiempo, que acumula zapatos y calcetines sucios. Estás en off… No sabes si seguir por inercia el intento de levantarte o volver a acostarte. Tu cabeza no piensa; o sí… está concentrada en esa sensación extraña y perpetua que la acompaña incluso cuando mejoras. Es como si tu cerebro fuera un órgano ajeno metido en un cuerpo que detestas. Sientes el hormigueo, como si cada pelo de tu cabeza tirara intentando caerse. Y el eco de una idea machacona sale de las tinieblas de tu conciencia y te dice: ¿a dónde leches quieres ir?... No hay nada para ti… Al final la vejiga gana la partida, y tambaleante, vas palpando paredes y muebles hasta la puerta del cuarto, la abres, y la luz tenue del resto de la casa te pega una hostia. El baño queda retirado, así que ir a él es como un  pequeño viaje de borracho. De camino, desayunas un antidepresivo y un vaso de agua del grifo, que sabe a cieno. La mesa del comedor parece una farmacia sin farmacéutico que la ordene. Y el baño es la jungla, su pavimento colecciona pelos, la bañera es como una obra de Miró, y el inodoro solo guarda el tipo porque tienes la manía de bajar su tapa, quizás porque  te da fobia que pueda salir algo de dentro.  Abres la taza y le regalas tu urgencia. Mear siempre es un alivio… uno de los pocos que te quedan. Mirándote la polla arrugada eres consciente de que sus días de gozo han terminado; la medicación y tu estado no la dejan ponerse del todo firme y cuando alguna vez de euforia enajenada lo hace, la anorgasmia te frustra la fiesta y tu mano y hombro terminan dejándolo por imposible.

Qué extraño es todo. Cuando has perdido el sentido de las cosas hasta un abrazo te parece soso. La risa, te sale hiposa y amarga; como si se riera otro. Sientes que necesitas llorar, o más que sentirlo lo piensas, quizás porque sabes que el llanto afloja la pena, y tú necesitas aflojar. Pero es que ¿es pena esto que sientes? ¿Es sentir en realidad esto?... o solo eres consciente de una presión constante en tu pecho, una niebla y un rumor en tu cabeza, y la nada… Los sentimientos son como si salieran de un guion pre-escrito: allí están los diálogos y pensamientos que debes tener para con los demás sean cercanos o no. Pero es que encima eres un actor mediocre, siempre lo has sido; incluso cuando experimentabas  aquella dicha que ahora es solo un recuerdo difuso. En aquellos años creías en la buena voluntad de los otros y el termino hipocresía era algo abstracto, que te sonaba a filosófico por derivarse o parecerse al tipo ese de Grecia que decía elaboradas frases. Aquel  tiempo era intenso, estabas descubriendo el mundo, la amistad, el amor, el sexo... la independencia. Lastima llegar a correr tanto la cortina que has visto todas las verdades, tan ambiguas, tan enrevesadas, tan complejas,  tan sucias a veces… tan dolorosas. No has sido lo suficientemente fuerte para absorberlas, para asumirlas. Tampoco sabes auto engañarte, decirte que  todo es bonito, luminoso, bueno… No lo es, la vida jode… y las personas son ruines, extrañas, cambiantes… Como tú mismo.

Cae la última gota de orín al lago de porcelana; se pierde allí en el agua teñida de amarillo oscuro donde no nadan peces, sino miseria y bacterias humanas. Tiras de la cadena y bajas la tapa, como único ritual higiénico que conservas. Desfilas arrastrando los pies por una casa llena de ropa tirada, libros amontonados y papeles. En el recibidor hay varias bolsas negras esperando destino, algunas ya chorrean y huelen. Miras cabizbajo el paisaje de tu hogar y sabes que hay dos opciones: tira todo esto a la mierda y empieza de cero… Sin embargo optas por la segunda, y te vuelves al cuarto oscuro y al lecho; a sus acogedoras sábanas sucias que huelen a ruina, donde la poca vida que existe es la penumbra  y el sueño. Tal vez dentro de un rato, el hambre te haga levantar de nuevo… o tal vez no…