Lleva tantos
palos el perro en el lomo
que sus
vertebras aúllan a la luna.
Le cae la
sangre de los belfos del morro,
no le
importa comerse la carne cruda.
Al perro le
han despachado más de una vez a patadas.
Sin hogar y
perdido, a hecho de su casa el vertedero;
desde él se
orina en la vida y en el amor verdadero,
y encuentra
más pasión, en los besos de las garrapatas.
No busca ya
el perro “perritas” en dulce.
Es menos
doloroso el coito de la zorra,
así en su
madriguera sacia lo que le urge.
Se revuelca feliz
sobre Sodoma y Gomorra.
El perro no
nació perro, alguien le puso un nombre;
alguien le
dio consejos para moverse en el mundo.
Sin embargo
se acogió al camino vagabundo,
a la ruta
del desastre, al repudio de ser hombre.
El perro se
defiende a dentelladas asediado
y se lame
las heridas que no curan y supuran.
Se ha hecho
inmune al cariño envenenado,
a los verbos
que tanto juran y perjuran.
El perro no
entiende de sutiles falsedades,
sus ojos no
ven más allá del blanco y el negro.
No encaja su
filosofía en complicado quiebro
y huye de
enemigos disfrazados de amistades.
Lleva tantos
palos el perro en el lomo
que uno mas
no es dolor que le dure;
el dolor
curte, y hace crecer el aplomo.
Hay huesos
que roer… y el hambre bulle.
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