He llegado a
tus costas con el alma rota,
agotado de
nadar contra corriente.
Tu silencio
se reduce a un pensamiento
y el
descanso es la sombra de un árbol introspectivo,
porque eres
isla que solo existes
bajo la
bóveda celeste de un cráneo proscrito.
Vivir en
continentes infestados de individuos
ostentosos y
sordos a emociones ajenas,
preocupados solo
por rascar su propio ombligo
y que
confunden libertad con libertinaje y tocino,
no me ha
reportado sosiego, ni amor, ni futuro ni alivio.
Me he
sentido ciudadano en Babel, invisible, incomprendido,
poseedor de
una lengua extranjera y singular…
Extraño
sordomudo en un país de gritos.
Tenía que fletar
la balsa del hastiado,
navegar las
lágrimas y las aguas negras,
huir
solitario al océano más recóndito de la
mente,
con más ánimo
de escapar que de hallar respuestas.
Con más ánimo
de ocultarse que de recomenzar…
Demasiados
intentos, demasiadas decepciones…
A veces se está
bien, sentado en la arena de la parálisis,
contemplando
un mar sin horizonte definido,
solo dejando
divagar los pensamientos con las olas,
acariciada
la cara por la brisa de lo absurdo.
Mi isla
imposible, invisible para el resto…
No hay coordenadas
marcadas en los mapas
que refieran
tu nombre, pues no tienes ninguno…
Y sin
embargo yo sé encontrarte, y sé que tienes muchos…
Tierra
rodeada de mar, salvaguarda última
para no
ahogarse en la locura.
Cada vez que
naufrago y llego exhausto a tu orilla,
me convenzo
más de que no hay otro lugar…
donde mi
alma cure mejor las heridas.
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